La palabra recorrió el aire como un peligroso veneno. Chelsea miró disimulando hacia abajo, al agua. No había nada, solo agua. ¿O quizá...?
La luz oscura que indicaba el final del atardecer los pilló a todos por sorpresa, incluso el híbrido se giró consternado hacia el horizonte. Las criaturas mágicas marinas solo salían a la superficie por la noche.
—¿¡Qué hacéis parados!?—gritó Dáranir de pronto, moviendo los brazos en todas direcciones. Se le había pasado la sorpresa, ahora había que actuar—¡Tenemos que repartir el algodón a los marineros que faltan!
Por un segundo, se vio una sonrisilla de sádica satisfacción en la boca de Kira.
—No te harán caso. Quieren morir.—comentó encogiéndose de hombros.
Julian saltó, agarrándolo bruscamente por el cuello de su camisa y empotrándolo contra un mastil. Tenía el ceño tan fruncido que parecía que se le fuera a romper la cara.
—Somos Guardianes, monstruo. No vamos a dejar que hombres inocentes mueran por tu culpa.—dijo, casi como reprimiéndose a sí mismo. Chelsea asintió.
La furia cruzó veloz el rostro del híbrido, pero se dispersó al momento, tornándose en otra sonrisa socarrona. Se sacudió de Julian con elegancia e hizo una cómica reverencia a los Guardianes.
—Mi culpa, eh...¿así hacéis las cosas? ¿echáis las culpas a otros cuando no podéis manejar la situación sin ayuda?—Chelsea creyó ver unos colmillos brillar entre sus labios apretados. Le recorrió un escalofrío—Bien, queréis que haga el papel de monstruo. Lo haré. Apañáoslas solitos, Guardianes. Estaré abajo, esperando que acabe la masacre. Será divertido saber cuántos de vosotros quedan en pie al amanecer.
—¡Kira, espera!—pidió Dáranir, intentando agarrarle del brazo.—¡No puedes hacernos esto! Necesitaremos toda la ayuda posible.
Chelsea sintió ganas de darle una paliza al híbrido por hacer que su líder suplicara. Gruñó una maldición y lo apartó con cariño. Al sentir su tacto, los rasgos de Dáranir se calmaron. Eso la alivió.
Kira iba a cerrar las puertas, pero dejó una rendija y se asomó.
—Ah, por cierto. El capitán del barco no ha querido ponerse el algodón, dice que no le teme a ninguna sardina con tetas.—soltó una carcajada—Y que yo recuerde...es el que maneja el timón.
Las puertas chocaron y se cerraron. Los Guardianes se miraron entre sí.
Dáranir no esperó a darles instrucciones, salió corriendo en busca del capitán, a la otra punta de barco.
—¡Tu algodón!—gritó Chelsea corriendo tras él.
Un golpe movió ligeramente el barco.
Venía del mar.
De repente, se dio cuenta de la niebla que había cubierto toda la embarcación, dejándolos ciegos ante lo que se podía encontrar delante.
Otro golpe, esta vez más brusco. Algunos marineros comenzaron a moverse inquietos, mirando por los lados con curiosidad.
Chelsea vio a María salir corriendo, seguramente ya había sido alertada por Kira. La vio mirar hacia arriba y hacia los lados, no se veía nada, solo niebla.
Vio también, más adelante, a Dáranir y a Mark discutir con el capitán, que rehusaba de protegerse los oídos. Solo Mark llevaba puesto el algodón. ¿¡Por qué!?
Julian, inútilmente, trataba de disipar la niebla con su poder. No era una niebla normal. Todos lo sabían.
Y entonces, fue cuando empezó.
La canción.
<<Ya están aquí>> pensó.
Las sombras se hacían más reales en el agua. Primero solo era un tarareo extraño y misterioso. Luego, se entendían palabras en un idioma desconocido.
Un chico joven, más que ella, se arrimó al agua con una sonrisa bobalicona. Del mar surgió una forma monstruosa, con larga cola de pez y cuerpo de una mujer...horrible. Sus ojos eran amarillos y enormes, su piel verde marino, con escamas. El pelo fino era transparente, como hecho de agua.
Movía los labios gordos y verdes cantando una canción aguda, melodiosa y dulce. Acarició con su mano viscosa la mejilla del marinero y cuando este intentó tocarla, se apartó divertida hacia atrás. El marinero rió hipnotizado y se puso en pie. Chelsea corrió hacia él. Tarde. La sirena extendió su mano de finos y esqueléticos dedos y lo atrajo hacia ella. El hombre saltó con todo su ímpetu hacia ella, cayendo al agua. Chelsea saltó también, pero una mano le aprisionó el brazo. Miró hacia arriba molesta. La sirena ya se escapaba tras su presa, moriría en apenas unos segundos si no lo salvaba. Arriba, Dáranir la observaba en silencio y la levantó sin esfuerzo, estrechándola contra él.
—No hagas estupideces.—le susurró con los labios pegados a su pelo—Yo me encargo.
Le hubiera gustado que no la soltara nunca, pero estaban en una situación demasiado peligrosa. Lo apartó de un empujón y salió corriendo hacia otro marinero que estaba a punto de tirarse al mar. A ese llegaría a tiempo. La sirena la miró entrecerrando los ojos y al prevenir que su víctima no se tiraría a por ella, le besó el cuello y luego abrió sus fauces hasta niveles imposibles y le arranco la cabeza de un mordisco. Cuando Chelsea llegó, el cuerpo decapitado cayó sobre sus brazos. Gritó de rabia.
Pero eso no era ni en sueños el mayor de sus problemas. Mientras muchos marinos morían a manos de las sirenas, que se alzaban en olas de agua verdosa hasta el barco, el capitán ya no estaba en su sano juicio. Sus compañeros se encargaban como podían del resto de la tripulación, incluso los que estaban el los camarotes salían a curiosear y a enterarse de donde provenían esas voces celestiales.
<<¡Hombres!>> pensó Chelsea corriendo hacia el capitán.
Tenía el timón totalmente virado hacia estribor. Vio entre la niebla una roca puntiaguda. Y otra. Y otra más. En cualquier momento se estrellarían si no cambiaba el rumbo. Abofeteó al capitán para sacarlo de su ensueño y entonces apareció otra de esas malditas mujeres-pez. Se sentó en un extremo del barco, cantando y tocándose el pelo distraída. El hombre fue hacia ella con paso tembloroso, riendo como un borracho y se deshizo de las manos de Chelsea. Ella negó rotundamente con la cabeza y le dio un puñetazo con todas sus fuerzas en la cara. Él cayó redondo al suelo de madera, dejando el timón solo.
—¡MARÍA! ¡Átalos con una cuerda!—gritó Dáranir desde otra parte del barco.
Bien. Eso significaba que los Guardianes tenían el algodón puesto. Un chirrido interrumpió sus pensamientos, el barco se estaba rompiendo por alguna parte. Vio las rocas altas y puntiagudas justo en frente de su posición.
No había tiempo para segundas medidas. Cogió ella misma el timón y lo viró a babor con todas las energías que tenía en los brazos. El timón respondió sin problemas, pero ya estaban demasiado cerca de las rocas. El barco continuó chocanto y la madera estalló, saliendo disparada hacia el agua.
Dáranir la relevó, apartándola hacia un lado y ella no perdió tiempo. Cogió una cuerda, la ató y la hizo girar sobre su cabeza. La lanzó hacia delante, atrapando a dos hombres con bastantes inviernos en sus carnes y apresándolos. Las sirenas se enfurecieron. Su canción se convirtió en gritos chirriantes. Chelsea cayó al suelo, llevándose las manos a los oídos, igual que le estaba sucediendo al resto. Los hombres empezaron a caer como moscas en las garras de las sirenas, quedando inconscientes por los chillidos o aún hechizados por la mágica canción.
Sintió como si se le fueran a romper los tímpanos.
Entonces él salió de los camarotes con la velocidad y gracia de un felino. No salvó a ningún hombre, a pesar de que tuvo la oportunidad. Fue directo hacia el timón y Chelsea temió por la vida de la persona que más le importaba. Extendió una mano hacia él, sin embargo, el ruido la debilitaba hasta dejarla inmóvil.
Pero las cosas salieron de una manera distinta.
El híbrido empujó a Dáranir, sacándolo de su puesto de mando y cogiendo él mismo el timón.
Manejándolo con sorprendente facilidad, salvó al barco de caer sobre las rocas y lo condujo hacia una cueva estrecha y alargada. Julian fue hacia él gritando, pero Chelsea ya no escuchaba nada.
—¡QUÉ HACES IMBÉCIL! ¡VAS A MATARNOS A TODOS!—escuchó gritar por encima de los otros gritos de agonía y la sangre con la que el barco comenzaba a mancharse.
—Dijiste que no nos ayudarías.—gritó Dáranir.
Kira ni los miró. Estaba concentrado en mantener el barco en la posición correcta.
—Si el barco se hunde, me hundiré con él.—fue lo único que dijo.—¿Eres su líder, su capitán, o no? ¡Dejad que mueran, son unos ingenuos todos! ¡Debemos mantener el barco a flote!
Dáranir asintió. Chelsea sintió aún más repugnancia por ese ente. Dáranir parecía sentir...respeto por él. Su líder la miró fijamente unos segundos y agarró a Mark del brazo sin miramientos dándole un par de órdenes claras. Mark salió corriendo a encargarse de las velas. Ordenó a María y a Chelsea que siguieran intentando salvar a todos cuantos podían, que eran pocos. Julian cerró los ojos, sabía lo que tenía que hacer. Cuando entraran en la cueva, no tendrían el impulso suficiente para mantener el rumbo si no utilizaban su propio viento.
No lograrían pasar. Era imposible. La entrada era demasiado estrecha.
El híbrido murmuró algo. Y entraron a la fuerza.
Las olas golpeaban la cubierta, empapándolos hasta los huesos. El agua estaba fría y algunas sirenas llegaban a tocarla. Su tacto era como el de una serpiente mojada. Asqueada, apartó a un hombre de sus garras.
Ya dentro de la cueva, las sirenas se tiraron al agua, pero seguían allí.
—Preparaos.—gritó Kira con una sonrisa de oreja a oreja. En una situación de vida y muerte, parecía totalmente eufórico. Maldito loco.
El agua salada le llenó la boca y las fosas nasales. Dáranir se acercó, medio corriendo, medio nandando hacia ella y le apretó la mano. El barco comenzó a tambalearse. Las sirenas ya no estaban allí. La niebla también se había ido. Pero esa cueva...daba una sensación escalofriante. Se agacharon cuando un nido de murciélagos emprendió el vuelo. <<Scarlett, si estás viva después de esto, voy a matarte>> pensó con el poco humor que le quedaba.
Estaban a punto de salir de la cueva.
Las carcajadas del híbrido les llegaban desde allí. Ese, desde luego, era el más loco de todos. Lo miró de reojo y encontró en él cierto parecido con un pirata.
También vio a María y a Mark al lado de Kira, agarrándose donde podían para no caer.
Julian seguía luchando e invocando los vientos que podían ser su salvación. Miró a su alrededor. Los cadáveres y las cabezas de los marineros muertos llenaban el barco. Faltaban muchísimos. Algunos seguían en pie, los que llevaban el algodón. Cerró los ojos con fuerza al ver una gigantesca roca frente a ellos que impedía la salida. Kira giró el timón, maniobrando para ir por la derecha.
—¡No lo conseguiremos!—gritó agonizando un marinero joven. Mark fue hacia él, pero este se tiró por su propia voluntad al mar.
María se apretó contra el brazo de Kira con la frente fruncida y lo ayudó a pilotar.
—¿Crees que vamos a morir?—preguntó el híbrido a gritos. Seguía teniendo esa maldita sonrisa burlona.
María sonrió también. Lo idolatraba. Y si salían vivos, lo haría aún más.
—Tú me dijiste que la muerte solo era el principio.
—Buena chica.—contestó él dando el último giro al timón.
Julian dio un grito y el viento se alzó de pronto, levantando más de lo normal las velas y dándoles un último empujón.
Y al siguiente instante, volvía a haber un cielo nocturno sobre sus cabezas. La niebla no estaba, las paredes de la cueva no estaban. Todos miraron al mar en busca de sirenas, pero ya no había ni una.
Julian se quedó inconsciente al momento, había gastado mucha energía. Mark fue a ayudarlo.
María se abalanzó sobre Kira, feliz. Incluso Dáranir sonreía.
Lo habían conseguido.
Aunque las pérdidas habían sido enormes.
Solo quedaba el capitán -inconsciente también- y cuatro marineros.
Los cinco Guardianes miraron al híbrido.
—Podrías habernos ayudado a salvar al resto de la tripulación.—dijo Mark, mirando hacia otro lado.
Chelsea pensaba igual. El híbrido no los había salvado, había pensando en sí mismo, solo quería mantenerse con vida, sin pensar en ningún momento en la vida de los demás. Él mismo lo había dicho. Era un monstruo de la naturaleza engendrado por error. Criado en el rencor hacia los humanos. Nunca debía olvidarlo.
Dáranir pensaba distinto, porque le echó una mirada fulminante.
—Lo que Mark quiere decir es que estamos agrad...
Kira ronroneó arqueando una ceja y bajó los escalones hasta llegar a la altura de Dáranir. Este iba a seguir hablando, pero el ente le interrumpió.
—No, gracias. Me gusta mi papel de malo.—sorteó un cadáver destrozado y volvió a entrar hacia los camarotes, como si nada hubiera sucedido.
***
La despertó una patada en el estómago.
Scarlett abrió los ojos con dificultad y movió los dedos, entumecidos. Volvía a estar encadenada.
Se encontraba en una estancia diferente. Unas pequeñas llamas la iluminaban, flotando solas. El suelo temblaba, parecía que por abajo hubiera lava ardiente a punto de ser expulsada. Oyó un chasquido y el suelo paró de temblar. Levantó la cabeza. Un trono hecho de cráneos humanos se inclinaba sobre ella y sentado en él la figura de un hombre encapuchado, cubierto con una capa negra, vieja y desgastada. Se le erizó el vello de la nuca. Sabía frente a quien se encontraba.
A la izquierda del trono estaba el demonio de cabellos blancos, Cown. La cadena ceñida a sus tobillos se conectaba con el trono.
Había criaturas trepando por las paredes de piedra. No sabía qué eran, pero parecían tarántulas.
Una se posó en un brazo del trono y el demonio la engulló, masticando sonoramente. La sangre negruzca del bicho le cayó a gotitas.
La mujer de piel azul no se encontraba allí. Scarlett se permitió suspirar de alivio por lo bajo.
La figura se levantó sin prisa, con una elegancia felina muy familiar para ella.
E hizo lo que menos se esperaba que hiciera.
Con sumo cuidado, bajó la capucha azabache de la capa, dejando al descubierto su cara. Scarlett contuvo el aire y lo expulsó al ver una máscara de hierro que le ocultaba el rostro. ¿Por qué tanto empeño en esconderse? No le mantuvo la mirada más de cinco segundos, pues recordaba a la perfección esos ojos azules de sus pesadillas. Notó como la oscuridad del lugar se le incrustaba en el cuerpo poco a poco, junto al terror que le provocaba ese ser.
No se veía ningún otro rasgo de su cara. El Demonio Supremo arrancó del trono dos calaveras, una más pequeña que la otra y bajó los peldaños de su trono hacia la muchacha pelirroja.
—¿Sabes quiénes eran?—le preguntó con una voz extrañamente jovial y fresca. Pero en el fondo, seguía teniendo ese toque repugnante.
Scarlett negó sin mirarlo a él ni a las calaveras. Si iba a matarla, que se dejara de juegos.
—Tu abuela y tu padre. O lo que quedó de ellos.—dijo como quien no quiere la cosa. Scarlett alzó la cabeza de pronto, sin pensar y miró fijamente las cuencas vacías y el hueso blanquecino. El odio la invadió de nuevo y sintió ganas de llorar, pero se contuvo—Bésalas.
Ella se echó hacia atrás repugnada.
—Vete al infierno.—escupió desviando la vista.
Eso provocó una risueña carcajada en él.
—Pero, niña...ya estamos en él.
Las palabras fueron como un puñal recordatorio para Scarlett. Giró la cara.
El demonio, nada contento con su reacción, hizo una seña y las cadenas empezaron a contorsionarse solas, moviéndose como serpientes y arrastrándola hacia él contra su propia voluntad. Scarlett gruñó, gritó y se retorció, todo en vano. Lo que más deseaba era alejarse de ese asqueroso ser. Y no podía, todo lo contrario, se acercaba más y más. Cuando el Diablo la agarró por la barbilla se sintió decaer. Su tacto era frío y a la vez caliente hasta el límite. Como ácido.
Aproximó uno de los cráneos, el más grande hasta su cara y lo empotró contra los labios de Scarlett con tanta fuerza que los dientes de la calavera se rompieron y cortaron un trozo de piel de la chiquilla. Las gotitas de sangre le cayeron por el cuello, mezclándose con las lágrimas de furia.
—¿No quieres dar un beso a tu padre? Qué mala hija. No estaría nada orgulloso de ti.—suspiró el Demonio. El aire que desprendía la máscara estaba cargado. Scarlett intentó darle un mordisco, un puñetazo, un cabezazo, lo que fuera, pero él era demasiado fuerte.—Si no quieres besarlo a él, tendrás que besarme a mí.
—¡NO!—jadeó, antes de que le tapara con un exceso de fuerza los ojos y se quitara la máscara.
Interpuso su mano entre los dos, sin embargo, era la mano mala y el Diablo le propinó un golpe que la echó a un lado sin esfuerzo. Scarlett trató de gritar, pero los labios de él ya estaban pegados a los suyos. Fue un beso corto, forzoso, salvaje y repugnante. Ella se debatía sin parar y las cadenas cada vez le hacían más daño y le echaban los brazos hacia atrás.
Un pájaro negro descendió de repente y se llevó consigo gran parte de su vestido. Volvió y la llenó de dolorosos picotazos. Scarlett se tapó como pudo, sintiéndose débil, asustada y furiosa.
—¡Déjame en paz!—le gritaba al ave y a Norian a la vez.
—Solo acabamos de empezar...—respondió la voz siniestra del Demonio.
Los picotazos la habían dejado llena de sangre por todas partes y del vestido ahora a penas quedaban unos jirones.
El Diablo le lamió la sangre del cuerpo, pasando su rasposa lengua por los hombros, la cara, las piernas y el vientre de Scarlett con un ansia que casi la hizo vomitar.
—Ya basta.—murmuró una voz desde la oscuridad.
Scarlett y Norian se giraron a la vez hacia la voz.
Norian la tiró al suelo con indiferencia y demasiada fuerza. La Guardiana sintió como se arañaba los muslos. Miró al lugar donde provenía la voz, confundida y se tapó con las manos y las pequeñas partes de terciopelo azul medianoche que quedaban.
—No olvides quién manda a quién, mi pequeño Elementar.—susurró El Demonio, sentándose majestuosamente en su trono de nuevo.
<<¿Elementar? ¿¡Julian!?>> pensó Scarlett alarmada.
—En diez años no lo he olvidado, Amo...—contestó la voz—Pero recuerda nuestro trato. Yo me encargo de ella.
—Pues llévatela, pero no intentes adecentarla. Si el mitad humano sobrevive, quiero que la vea así.—le avisó el Diablo, poniéndose la capucha por encima.
El portador de la voz salió a la luz y asintió, arrodillándose ante Norian.
Fuera quien fuera ese hombre, Scarlett tenía claro que no era Julian.
—Vamos, Scarlett.—le dijo y acto seguido, la cogió en brazos con delicadeza.
Ella se debatió también esta vez, aunque pareciera una mejor opción que el Diablo, ese hombre era siervo suyo y además estaba medio desnuda. Le clavó las uñas en el brazo, pero él no dio muestras de notarlo.
Cuando estuvieron solos en la oscuridad, volvió a hablar.
—Me llamo Gales.—le informó con voz amable, pero seria—Soy el Elementar del Agua.