AVISO: Están renovados hasta el capítulo 9. El resto de capítulos están como antes. Iré avisando según renueve más capítulos.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Capítulo 26: Las calaveras del trono

La palabra recorrió el aire como un peligroso veneno. Chelsea miró disimulando hacia abajo, al agua. No había nada, solo agua. ¿O quizá...?
La luz oscura que indicaba el final del atardecer los pilló a todos por sorpresa, incluso el híbrido se giró consternado hacia el horizonte. Las criaturas mágicas marinas solo salían a la superficie por la noche.

¿¡Qué hacéis parados!?—gritó Dáranir de pronto, moviendo los brazos en todas direcciones. Se le había pasado la sorpresa, ahora había que actuar—¡Tenemos que repartir el algodón a los marineros que faltan!

Por un segundo, se vio una sonrisilla de sádica satisfacción en la boca de Kira.

No te harán caso. Quieren morir.—comentó encogiéndose de hombros.

Julian saltó, agarrándolo bruscamente por el cuello de su camisa y empotrándolo contra un mastil. Tenía el ceño tan fruncido que parecía que se le fuera a romper la cara.

Somos Guardianes, monstruo. No vamos a dejar que hombres inocentes mueran por tu culpa.—dijo, casi como reprimiéndose a sí mismo. Chelsea asintió.

La furia cruzó veloz el rostro del híbrido, pero se dispersó al momento, tornándose en otra sonrisa socarrona. Se sacudió de Julian con elegancia e hizo una cómica reverencia a los Guardianes.

Mi culpa, eh...¿así hacéis las cosas? ¿echáis las culpas a otros cuando no podéis manejar la situación sin ayuda?—Chelsea creyó ver unos colmillos brillar entre sus labios apretados. Le recorrió un escalofrío—Bien, queréis que haga el papel de monstruo. Lo haré. Apañáoslas solitos, Guardianes. Estaré abajo, esperando que acabe la masacre. Será divertido saber cuántos de vosotros quedan en pie al amanecer.
¡Kira, espera!—pidió Dáranir, intentando agarrarle del brazo.—¡No puedes hacernos esto! Necesitaremos toda la ayuda posible.

Chelsea sintió ganas de darle una paliza al híbrido por hacer que su líder suplicara. Gruñó una maldición y lo apartó con cariño. Al sentir su tacto, los rasgos de Dáranir se calmaron. Eso la alivió.
Kira iba a cerrar las puertas, pero dejó una rendija y se asomó.

Ah, por cierto. El capitán del barco no ha querido ponerse el algodón, dice que no le teme a ninguna sardina con tetas.—soltó una carcajada—Y que yo recuerde...es el que maneja el timón.

Las puertas chocaron y se cerraron. Los Guardianes se miraron entre sí.
Dáranir no esperó a darles instrucciones, salió corriendo en busca del capitán, a la otra punta de barco.

¡Tu algodón!—gritó Chelsea corriendo tras él.

Un golpe movió ligeramente el barco.
Venía del mar.
De repente, se dio cuenta de la niebla que había cubierto toda la embarcación, dejándolos ciegos ante lo que se podía encontrar delante.
Otro golpe, esta vez más brusco. Algunos marineros comenzaron a moverse inquietos, mirando por los lados con curiosidad.
Chelsea vio a María salir corriendo, seguramente ya había sido alertada por Kira. La vio mirar hacia arriba y hacia los lados, no se veía nada, solo niebla.
Vio también, más adelante, a Dáranir y a Mark discutir con el capitán, que rehusaba de protegerse los oídos. Solo Mark llevaba puesto el algodón. ¿¡Por qué!?
Julian, inútilmente, trataba de disipar la niebla con su poder. No era una niebla normal. Todos lo sabían.
Y entonces, fue cuando empezó.
La canción.
<<Ya están aquí>> pensó.

Las sombras se hacían más reales en el agua. Primero solo era un tarareo extraño y misterioso. Luego, se entendían palabras en un idioma desconocido.
Un chico joven, más que ella, se arrimó al agua con una sonrisa bobalicona. Del mar surgió una forma monstruosa, con larga cola de pez y cuerpo de una mujer...horrible. Sus ojos eran amarillos y enormes, su piel verde marino, con escamas. El pelo fino era transparente, como hecho de agua.
Movía los labios gordos y verdes cantando una canción aguda, melodiosa y dulce. Acarició con su mano viscosa la mejilla del marinero y cuando este intentó tocarla, se apartó divertida hacia atrás. El marinero rió hipnotizado y se puso en pie. Chelsea corrió hacia él. Tarde. La sirena extendió su mano de finos y esqueléticos dedos y lo atrajo hacia ella. El hombre saltó con todo su ímpetu hacia ella, cayendo al agua. Chelsea saltó también, pero una mano le aprisionó el brazo. Miró hacia arriba molesta. La sirena ya se escapaba tras su presa, moriría en apenas unos segundos si no lo salvaba. Arriba, Dáranir la observaba en silencio y la levantó sin esfuerzo, estrechándola contra él.

No hagas estupideces.—le susurró con los labios pegados a su pelo—Yo me encargo.

Le hubiera gustado que no la soltara nunca, pero estaban en una situación demasiado peligrosa. Lo apartó de un empujón y salió corriendo hacia otro marinero que estaba a punto de tirarse al mar. A ese llegaría a tiempo. La sirena la miró entrecerrando los ojos y al prevenir que su víctima no se tiraría a por ella, le besó el cuello y luego abrió sus fauces hasta niveles imposibles y le arranco la cabeza de un mordisco. Cuando Chelsea llegó, el cuerpo decapitado cayó sobre sus brazos. Gritó de rabia.
Pero eso no era ni en sueños el mayor de sus problemas. Mientras muchos marinos morían a manos de las sirenas, que se alzaban en olas de agua verdosa hasta el barco, el capitán ya no estaba en su sano juicio. Sus compañeros se encargaban como podían del resto de la tripulación, incluso los que estaban el los camarotes salían a curiosear y a enterarse de donde provenían esas voces celestiales.
<<¡Hombres!>> pensó Chelsea corriendo hacia el capitán.
Tenía el timón totalmente virado hacia estribor. Vio entre la niebla una roca puntiaguda. Y otra. Y otra más. En cualquier momento se estrellarían si no cambiaba el rumbo. Abofeteó al capitán para sacarlo de su ensueño y entonces apareció otra de esas malditas mujeres-pez. Se sentó en un extremo del barco, cantando y tocándose el pelo distraída. El hombre fue hacia ella con paso tembloroso, riendo como un borracho y se deshizo de las manos de Chelsea. Ella negó rotundamente con la cabeza y le dio un puñetazo con todas sus fuerzas en la cara. Él cayó redondo al suelo de madera, dejando el timón solo.

¡MARÍA! ¡Átalos con una cuerda!—gritó Dáranir desde otra parte del barco.

Bien. Eso significaba que los Guardianes tenían el algodón puesto. Un chirrido interrumpió sus pensamientos, el barco se estaba rompiendo por alguna parte. Vio las rocas altas y puntiagudas justo en frente de su posición.
No había tiempo para segundas medidas. Cogió ella misma el timón y lo viró a babor con todas las energías que tenía en los brazos. El timón respondió sin problemas, pero ya estaban demasiado cerca de las rocas. El barco continuó chocanto y la madera estalló, saliendo disparada hacia el agua.
Dáranir la relevó, apartándola hacia un lado y ella no perdió tiempo. Cogió una cuerda, la ató y la hizo girar sobre su cabeza. La lanzó hacia delante, atrapando a dos hombres con bastantes inviernos en sus carnes y apresándolos. Las sirenas se enfurecieron. Su canción se convirtió en gritos chirriantes. Chelsea cayó al suelo, llevándose las manos a los oídos, igual que le estaba sucediendo al resto. Los hombres empezaron a caer como moscas en las garras de las sirenas, quedando inconscientes por los chillidos o aún hechizados por la mágica canción.
Sintió como si se le fueran a romper los tímpanos.

Entonces él salió de los camarotes con la velocidad y gracia de un felino. No salvó a ningún hombre, a pesar de que tuvo la oportunidad. Fue directo hacia el timón y Chelsea temió por la vida de la persona que más le importaba. Extendió una mano hacia él, sin embargo, el ruido la debilitaba hasta dejarla inmóvil.
Pero las cosas salieron de una manera distinta.
El híbrido empujó a Dáranir, sacándolo de su puesto de mando y cogiendo él mismo el timón.
Manejándolo con sorprendente facilidad, salvó al barco de caer sobre las rocas y lo condujo hacia una cueva estrecha y alargada. Julian fue hacia él gritando, pero Chelsea ya no escuchaba nada.

¡QUÉ HACES IMBÉCIL! ¡VAS A MATARNOS A TODOS!—escuchó gritar por encima de los otros gritos de agonía y la sangre con la que el barco comenzaba a mancharse.
Dijiste que no nos ayudarías.—gritó Dáranir.

Kira ni los miró. Estaba concentrado en mantener el barco en la posición correcta.

Si el barco se hunde, me hundiré con él.—fue lo único que dijo.—¿Eres su líder, su capitán, o no? ¡Dejad que mueran, son unos ingenuos todos! ¡Debemos mantener el barco a flote!

Dáranir asintió. Chelsea sintió aún más repugnancia por ese ente. Dáranir parecía sentir...respeto por él. Su líder la miró fijamente unos segundos y agarró a Mark del brazo sin miramientos dándole un par de órdenes claras. Mark salió corriendo a encargarse de las velas. Ordenó a María y a Chelsea que siguieran intentando salvar a todos cuantos podían, que eran pocos. Julian cerró los ojos, sabía lo que tenía que hacer. Cuando entraran en la cueva, no tendrían el impulso suficiente para mantener el rumbo si no utilizaban su propio viento.
No lograrían pasar. Era imposible. La entrada era demasiado estrecha.
El híbrido murmuró algo. Y entraron a la fuerza.
Las olas golpeaban la cubierta, empapándolos hasta los huesos. El agua estaba fría y algunas sirenas llegaban a tocarla. Su tacto era como el de una serpiente mojada. Asqueada, apartó a un hombre de sus garras.
Ya dentro de la cueva, las sirenas se tiraron al agua, pero seguían allí.

Preparaos.—gritó Kira con una sonrisa de oreja a oreja. En una situación de vida y muerte, parecía totalmente eufórico. Maldito loco.

El agua salada le llenó la boca y las fosas nasales. Dáranir se acercó, medio corriendo, medio nandando hacia ella y le apretó la mano. El barco comenzó a tambalearse. Las sirenas ya no estaban allí. La niebla también se había ido. Pero esa cueva...daba una sensación escalofriante. Se agacharon cuando un nido de murciélagos emprendió el vuelo. <<Scarlett, si estás viva después de esto, voy a matarte>> pensó con el poco humor que le quedaba.

Estaban a punto de salir de la cueva.
Las carcajadas del híbrido les llegaban desde allí. Ese, desde luego, era el más loco de todos. Lo miró de reojo y encontró en él cierto parecido con un pirata.
También vio a María y a Mark al lado de Kira, agarrándose donde podían para no caer.
Julian seguía luchando e invocando los vientos que podían ser su salvación. Miró a su alrededor. Los cadáveres y las cabezas de los marineros muertos llenaban el barco. Faltaban muchísimos. Algunos seguían en pie, los que llevaban el algodón. Cerró los ojos con fuerza al ver una gigantesca roca frente a ellos que impedía la salida. Kira giró el timón, maniobrando para ir por la derecha.

¡No lo conseguiremos!—gritó agonizando un marinero joven. Mark fue hacia él, pero este se tiró por su propia voluntad al mar.

María se apretó contra el brazo de Kira con la frente fruncida y lo ayudó a pilotar.

¿Crees que vamos a morir?—preguntó el híbrido a gritos. Seguía teniendo esa maldita sonrisa burlona.

María sonrió también. Lo idolatraba. Y si salían vivos, lo haría aún más.

Tú me dijiste que la muerte solo era el principio.
Buena chica.—contestó él dando el último giro al timón.

Julian dio un grito y el viento se alzó de pronto, levantando más de lo normal las velas y dándoles un último empujón.

Y al siguiente instante, volvía a haber un cielo nocturno sobre sus cabezas. La niebla no estaba, las paredes de la cueva no estaban. Todos miraron al mar en busca de sirenas, pero ya no había ni una.
Julian se quedó inconsciente al momento, había gastado mucha energía. Mark fue a ayudarlo.
María se abalanzó sobre Kira, feliz. Incluso Dáranir sonreía.
Lo habían conseguido.
Aunque las pérdidas habían sido enormes.
Solo quedaba el capitán -inconsciente también- y cuatro marineros.

Los cinco Guardianes miraron al híbrido.

Podrías habernos ayudado a salvar al resto de la tripulación.—dijo Mark, mirando hacia otro lado.

Chelsea pensaba igual. El híbrido no los había salvado, había pensando en sí mismo, solo quería mantenerse con vida, sin pensar en ningún momento en la vida de los demás. Él mismo lo había dicho. Era un monstruo de la naturaleza engendrado por error. Criado en el rencor hacia los humanos. Nunca debía olvidarlo.

Dáranir pensaba distinto, porque le echó una mirada fulminante.

Lo que Mark quiere decir es que estamos agrad...

Kira ronroneó arqueando una ceja y bajó los escalones hasta llegar a la altura de Dáranir. Este iba a seguir hablando, pero el ente le interrumpió.

No, gracias. Me gusta mi papel de malo.—sorteó un cadáver destrozado y volvió a entrar hacia los camarotes, como si nada hubiera sucedido.




                                                                           ***



La despertó una patada en el estómago.
Scarlett abrió los ojos con dificultad y movió los dedos, entumecidos. Volvía a estar encadenada.
Se encontraba en una estancia diferente. Unas pequeñas llamas la iluminaban, flotando solas. El suelo temblaba, parecía que por abajo hubiera lava ardiente a punto de ser expulsada. Oyó un chasquido y el suelo paró de temblar. Levantó la cabeza. Un trono hecho de cráneos humanos se inclinaba sobre ella y sentado en él la figura de un hombre encapuchado, cubierto con una capa negra, vieja y desgastada. Se le erizó el vello de la nuca. Sabía frente a quien se encontraba.
A la izquierda del trono estaba el demonio de cabellos blancos, Cown. La cadena ceñida a sus tobillos se conectaba con el trono.
Había criaturas trepando por las paredes de piedra. No sabía qué eran, pero parecían tarántulas.
Una se posó en un brazo del trono y el demonio la engulló, masticando sonoramente. La sangre negruzca del bicho le cayó a gotitas.
La mujer de piel azul no se encontraba allí. Scarlett se permitió suspirar de alivio por lo bajo.
La figura se levantó sin prisa, con una elegancia felina muy familiar para ella.
E hizo lo que menos se esperaba que hiciera.
Con sumo cuidado, bajó la capucha azabache de la capa, dejando al descubierto su cara. Scarlett contuvo el aire y lo expulsó al ver una máscara de hierro que le ocultaba el rostro. ¿Por qué tanto empeño en esconderse? No le mantuvo la mirada más de cinco segundos, pues recordaba a la perfección esos ojos azules de sus pesadillas. Notó como la oscuridad del lugar se le incrustaba en el cuerpo poco a poco, junto al terror que le provocaba ese ser.
No se veía ningún otro rasgo de su cara. El Demonio Supremo arrancó del trono dos calaveras, una más pequeña que la otra y bajó los peldaños de su trono hacia la muchacha pelirroja.

¿Sabes quiénes eran?—le preguntó con una voz extrañamente jovial y fresca. Pero en el fondo, seguía teniendo ese toque repugnante.

Scarlett negó sin mirarlo a él ni a las calaveras. Si iba a matarla, que se dejara de juegos.

Tu abuela y tu padre. O lo que quedó de ellos.—dijo como quien no quiere la cosa. Scarlett alzó la cabeza de pronto, sin pensar y miró fijamente las cuencas vacías y el hueso blanquecino. El odio la invadió de nuevo y sintió ganas de llorar, pero se contuvo—Bésalas.

Ella se echó hacia atrás repugnada.

Vete al infierno.—escupió desviando la vista.

Eso provocó una risueña carcajada en él.

Pero, niña...ya estamos en él.

Las palabras fueron como un puñal recordatorio para Scarlett. Giró la cara.
El demonio, nada contento con su reacción, hizo una seña y las cadenas empezaron a contorsionarse solas, moviéndose como serpientes y arrastrándola hacia él contra su propia voluntad. Scarlett gruñó, gritó y se retorció, todo en vano. Lo que más deseaba era alejarse de ese asqueroso ser. Y no podía, todo lo contrario, se acercaba más y más. Cuando el Diablo la agarró por la barbilla se sintió decaer. Su tacto era frío y a la vez caliente hasta el límite. Como ácido.
Aproximó uno de los cráneos, el más grande hasta su cara y lo empotró contra los labios de Scarlett con tanta fuerza que los dientes de la calavera se rompieron y cortaron un trozo de piel de la chiquilla. Las gotitas de sangre le cayeron por el cuello, mezclándose con las lágrimas de furia.

¿No quieres dar un beso a tu padre? Qué mala hija. No estaría nada orgulloso de ti.—suspiró el Demonio. El aire que desprendía la máscara estaba cargado. Scarlett intentó darle un mordisco, un puñetazo, un cabezazo, lo que fuera, pero él era demasiado fuerte.—Si no quieres besarlo a él, tendrás que besarme a mí.
¡NO!—jadeó, antes de que le tapara con un exceso de fuerza los ojos y se quitara la máscara.

Interpuso su mano entre los dos, sin embargo, era la mano mala y el Diablo le propinó un golpe que la echó a un lado sin esfuerzo. Scarlett trató de gritar, pero los labios de él ya estaban pegados a los suyos. Fue un beso corto, forzoso, salvaje y repugnante. Ella se debatía sin parar y las cadenas cada vez le hacían más daño y le echaban los brazos hacia atrás.
Un pájaro negro descendió de repente y se llevó consigo gran parte de su vestido. Volvió y la llenó de dolorosos picotazos. Scarlett se tapó como pudo, sintiéndose débil, asustada y furiosa.

¡Déjame en paz!—le gritaba al ave y a Norian a la vez.
Solo acabamos de empezar...—respondió la voz siniestra del Demonio.

Los picotazos la habían dejado llena de sangre por todas partes y del vestido ahora a penas quedaban unos jirones.
El Diablo le lamió la sangre del cuerpo, pasando su rasposa lengua por los hombros, la cara, las piernas y el vientre de Scarlett con un ansia que casi la hizo vomitar.

Ya basta.—murmuró una voz desde la oscuridad.

Scarlett y Norian se giraron a la vez hacia la voz.
Norian la tiró al suelo con indiferencia y demasiada fuerza. La Guardiana sintió como se arañaba los muslos. Miró al lugar donde provenía la voz, confundida y se tapó con las manos y las pequeñas partes de terciopelo azul medianoche que quedaban.

No olvides quién manda a quién, mi pequeño Elementar.—susurró El Demonio, sentándose majestuosamente en su trono de nuevo.

<<¿Elementar? ¿¡Julian!?>> pensó Scarlett alarmada.

En diez años no lo he olvidado, Amo...—contestó la voz—Pero recuerda nuestro trato. Yo me encargo de ella.
Pues llévatela, pero no intentes adecentarla. Si el mitad humano sobrevive, quiero que la vea así.—le avisó el Diablo, poniéndose la capucha por encima.

El portador de la voz salió a la luz y asintió, arrodillándose ante Norian.
Fuera quien fuera ese hombre, Scarlett tenía claro que no era Julian.

Vamos, Scarlett.—le dijo y acto seguido, la cogió en brazos con delicadeza.

Ella se debatió también esta vez, aunque pareciera una mejor opción que el Diablo, ese hombre era siervo suyo y además estaba medio desnuda. Le clavó las uñas en el brazo, pero él no dio muestras de notarlo.
Cuando estuvieron solos en la oscuridad, volvió a hablar.

Me llamo Gales.—le informó con voz amable, pero seria—Soy el Elementar del Agua.


sábado, 19 de noviembre de 2011

Capítulo 25: Un barco hacia el Inframundo

Nota de la autora ~> ¡AL FIN! Siento haber tardado una semana más de lo previsto en publicar el capítulo, pero espero que haya valido la pena ^_^ 
Este capítulo está dedicado a Lucía, que hace unos dibujos increíbles y se molesta en hacer ilustraciones de El último Guardián. Además, es una gran escritora y amiga y TEAM Kira jé :)
¡Disfrutad leyendo, lectoras/es! 
~Gaby



Bajaron casi los cinco a la vez del carruaje. Venían discutiendo a gritos cosas sin sentido, vociferándose unos a otros como idiotas. El único medianamente tranquilo era Dáranir, que mantenía separada a María de Julian, intentando evitar que se le tirara a la yugular.

¡¡¡Ha sido tu culpa!!! ¡Estabas allí, podías haberlo evitado!

El Elementar, cruzado de brazos, la miraba furioso. Se le crispó una vena del enfado.

Muérete, renacuajo. ¡Se esfumó en el aire! ¡Puf! ¿Entiendes? El demonio...—no pudo terminar.
¡Julian DuFrain! Te hemos dicho mil veces que los demonios se extinguieron en la Gran Guerra, ¡deja de insistir!—contestó su líder y capitán controlando solo a medias su enfado.
¡Y yo te he dicho que sé lo que vi! He estudiado a todas las especies del Submundo, a todos los entes y humanos mágicos...y ninguno puede desaparecer. Solo las criaturas del Infierno pueden.

Kira se encontraba sorprendentemente tranquilo para la situación. Con los brazos cruzados y alejado de la barrera, escuchaba la airada conversación como si no estuviera allí. Bueno, tenía dos opciones. Fingir que todo iba bien o matarlos a todos ahí mismo. Le pareció más sensata la primera opción.
Su inquietante mente demoníaca estaba tramando torturas para Heline mientras tanto.
Intentaremos que no le pase nada”
La muy zorra. No, no, relajado, sí, eso, relajado.

July tiene razón.—comentó.

El aludido giró la cabeza de golpe hacia él, arqueando una ceja de manera quisquillosa. Mmm...¿cuántos segundos tardaría en arrancársela? ¡No! Kira se estremeció. Su parte diabólica estaba asomando y cada vez le costaba más mantenerla.

Tú...¿cómo lo sabes, híbrido? Dudo mucho que hayas visto a un demonio en tu vida.

Lo irónica que resultaba la situación hizo que soltara una carcajada.

Sarcasmos involuntarios a parte, sé dónde está nuestra pelirroja preferida.—su cara no varió lo más mínimo mientras lo decía, pero la de los demás fue todo un cuadro.—Ahora, María, cariño, hazme el favor de echarme una mano y sacarme de aquí. No debemos demorarnos.

María inmediatamente se dispuso a ayudarle, justo cuando la mano de Chelsea se interpuso.
Kira chasqueó la lengua en gesto de disgusto.

¿Qué pasa, señorita orgullosa? ¿No confías en mí? Pues vas a tener que aguantarte, porque que yo sepa, soy el único que sabe el lugar exacto donde se encuentran las Puertas del Inframundo.—escupió el híbrido poniendo los ojos en blanco.

Chelsea alzó un puño en gesto guerrero, mas Dáranir le puso la mano encima calmándola.

—Tu humor ha empeorado mucho desde la última vez que nos vimos.

Eso era verdad.


¿Para qué narices necesitaríamos ir hasta allí? ¿Y cómo lo sabes? Creo que nos debes unas cuántas explicaciones...—gruñó Dáranir con ese tono de reprimenda de padre que a veces usaba.
Espléndido.—notaba el veneno destilar de sus dientes. Mala cosa.—Perdamos el tiempo mientras se cargan a la Guardianita novata.
¡No!—chilló María entrando en pánico. Mark le pasó un brazo por los hombros.

Entre tantos gritos y jaleo, hasta Ren acabó por salir de la casa. Con el moño de pelo plateado deshecho y unos alarmados ojillos de anciana mirando preocupada hacia ellos, corrió hasta sus sobrinos para que le contaran lo ocurrido y para secar las lágrimas de María con gesto cariñoso. Por un instante, a Kira le pareció notar...No, imposible...

¿Dónde están?—preguntó el Elementar del Viento de repente.
¿El qué?—siseó Kira.
Piérdete, híbrido. Las Puertas del Inframundo. Allí está Scarlett, ¿no?

Si Julian accedía a confiar en él -temporalmente, por supuesto- y a dejar que los guiara, tenía a los demás comiendo de su mano desde ese momento.
Casi podía visualizar la azulada cabecita de Heline rodando por el suelo.

No es tan fácil...necesitaremos un barco.—fue su contestación.



                                                                           ***


Antes de si quiera poder abrir los ojos, el dolor recorrió sus muñecas. Levantó los párpados y en un principio, no vio nada. Negro. Todo parecía negro y oscuro. Ya que no veía se dispuso a analizar los sonidos. En la lejanía se podían escuchar gotas de agua -o de algún líquido- caer. Ya no muy segura de si dentro o fuera de su cabeza, escuchó unas silenciosas risitas macabras de una niña.
De repente, unos pasos resonaron en el suelo y las luces se encendieron rojas y llameantes. Fuego del color de la sangre. Al poder ver por fin, miró hacia el lugar donde provenía el dolor.
Tenía las muñecas atadas con excesiva fuerza a una especie de silla congelada donde estaba sentada. Un hilillo de sangre proveniente de su muñeca izquierda cayó por el asiento. Comprobó que no había nadie a su alrededor y comenzó su intento por escapar y librarse de las dolorosas ataduras.

Si sigues así te harás más daño.

Viró la vista con miedo hacia la repentina voz. El hombre de pelo blanco y un único ojo color hielo -el otro estaba oculto por unas vendas blancas, dónde antes había un parche- la miraba con tranquilidad. La sonrisa educada que le dirigió la dejó más desconcertada de lo que ya estaba. Scarlett se fijó en una enorme cadena negra enroscada en el tobillo izquierdo del demonio. Parecía terrible y pesada...una carga que llevaba desde hacía mucho tiempo.

No le lleves la contraria al Amo, ¿de acuerdo? Odia que le lleven la contraria.—se agachó para poner su cara a la altura de la de ella—Y no seas insolente con Heline. No se ofenderá, ella nunca se ofende, y tiene mucha paciencia. Pero no le gustan las personas maleducadas.
¿Dónde estoy?—gimió con la voz rota.
Ya lo sabes.
Dímelo.—le instó.
Ya habías estado aquí antes.

Scarlett pestañeó perpleja. El hombre tenía una presencia familiar y tranquilizadora, pero seguía siendo un demonio. Por otra parte, Kira tan solo era medio humano así que...

No. Nunca he estado aquí.
Sí.—insistió él—En sueños.

Sin decir ni media palabra más, se irguió y a paso lento, volvió por donde había venido. En algún momento tuvo que cerrar los ojos, porque cuando los volvió a abrir, otra criatura estaba frente a ella.
Era un pájaro naranja, rodeado de humo también anaranjado, que se dedicaba a picotearle las mejillas para arrancarle pequeños pedacitos de piel. Scarlett movió la cabeza con furia para espantarlo, pero el monstruo clavó en ella las cuencas vacías donde deberían haber estado los ojos y siguió mordiéndola.
De pronto, una mano delgaducha y azul clara lo agarró por el cuello, estrangulándolo. El pájaro profirió un gemido cuando la otra criatura le incrustó la uña de su dedo índice donde debía tener el corazón y murió.
La mujer -si es que era una mujer- que tenía delante era muy extraña. Su pelo, azul como su piel y sus ojos negros o rojos según los miraras parecían mezclados con sangre escarlata. Llevaba una armadura grisácea y ligera, con una calavera roja echando la lengua; una serpiente. Puede que fuera una ilusión, pero Scarlett juraría haber visto al cráneo dibujado sonreír con crueldad. Cuando volvió a mirar estaba quieto.
La nueva demonio que había aparecido olisqueó el aire y frunció levísimamente el ceño.

Cown estuvo aquí.—siseó observando los alrededores. Una milésima de segundo después tenía clavada la mirada en Scarlett de nuevo.—Levántate.

Iba a replicar que, obviamente, no podía, sin embargo, las ataduras se esfumaron aliviando a sus doloridas muñecas. Se quedó ahí sentada. Si creían que iban a poder darle órdenes así como así estaban muy equivocados. El rostro de la reina de Arkiria pasó fugaz por su mente. Si tenía que recibir órdenes de alguien, no sería de un vulgar demonio.

Ponte en pie.—por el tono que usó, la chica pelirroja estuvo a punto de hacerle caso.—Ya.
No.—respondió Scarlett con firmeza.

Temblando de miedo por dentro, decidió que si aparentaba ser fuerte, puede que la dejara en paz...o al menos que la dejara con vida. O puede que la matara más rápido. Le devolvió la mirada con esfuerzo. Echó un vistazo a los costados, los caminos parecían oscuros y desolados.

Ni lo pienses, Guardiana. Te perderías y morirías.—leyó sus intenciones.
Moriré de todos modos.—apuntó Scarlett.
Nadie va a matarte si cooperas. Y ahora, levántate.—por el rostro de la demonio cruzó una mueca malvada—¿O prefieres terminar como tu abuela? Tenéis gran parecido.

Sin pensar, Scarlett se irguió de pronto, como un resorte. Acto seguido, levantó su mano para abofetearla, pero la criatura fue más rápida y la paró en seco.

Humanos.—escupió la palabra como un insulto.

Y Scarlett hizo lo mismo. Le escupió a la cara con toda su rabia, impregnando de babas la exótica cara de la mujer. Se sintió mejor.
Hasta que la empujó al asiento otra vez y casi con dulzura, le cogió una mano entre las suyas. Sus ojos destilaban indiferencia.

Tamaña insolencia se paga con la muerte—Scarlett no podía moverse, la sujetaba con manos de acero.—En tu caso, tengo que ser piadosa. Un dedo por cada cosa que debes aprender. Y espero que no vuelva a repetirse.

La Guardiana la miró con horror. ¿Qué pretendía hacer ese ser con ella? Pronto lo descubrió. Cogió su meñique y como si fuera un delgado hueso de pollo, lo dobló. El grito y el dolor que sintió le indicaron que se lo acababa de romper. Oyó el clac.

Educación.

Sabía que lo venía luego. El siguiente dedo, quizá por tener un hueso más ancho, le dolió incluso más. Sintió que se iba a desmayar. Se preguntó cómo es que no se había quedado inconsciente aún.

Obediencia.

Y uno más. El gritó le salió de su mismísima alma y procuró recordar cuando había sentido un dolor semejante. Nunca. Quiso mover los dedos rotos y casi como esperaba, no pudo. Al menos era la mano izquierda. Cuando notó un líquido salado en la boca se dio cuenta de que estaba llorando. Las lágrimas caían a borbotones incontrolables. Se sintió estúpida. Y sintió odio, mucho odio. Quizá debería hacer caso, ser obediente e ir con ella sin rechistar. Así puede que salvara su vida.
Puede que diez o puede que dos dedos rotos después, recordó a sus amigos. ¿Volvería a verlos alguna vez? No. Claro que no. Dijera lo que dijera, ella sabía que allí hallaría su muerte. No se sentía capaz ni de abrir los ojos, pero entre sollozos pudo hablar.

Tortúrame...—dijo en voz baja y queda—...pero no...mori...ré...obedeciendo al asesino...de...mi familia...

La mujer demoníaca se disponía a decir algo cuando una voz la interrumpió. Venía de todas partes y a la vez de ninguna. Era como si el mismísimo Inframundo estuviera hablando.

Claro que vendrás ante mí, Scarlett Chevalier...¿Sabes quién zarpa en el próximo barco hacia Costa Mezquina? Cinco Guardianes, una anciana y un monstruo. Puedo dejar que lleguen a su destino...o que el mar sea su tumba. Tú eliges.

Iré.

Esa fue la última palabra que dijo Scarlett antes de perder el sentido. Vio las caras de Kira y Julian en su mente. Y luego lo vio todo negro.



                                                                            ***



Algo iba mal.
Algo iba muy, pero que muy mal.
Kira paseaba por la cubierta de la Noche Marina intranquilo, aunque más relajado de lo que estaba hacía unas horas. Compartía ese vínculo con él y podía sentir lo que él sentía. Y que se sintiera complacido era lo que menos le alentaba en esos momentos. No quería pensar en ella, porque si lo hacía su otra mitad podría volver a flote. Posó los brazos sobre la madera y miró al mar nocturno. Una luz rosada asomaba a lo lejos, pronto amanecería.
La Noche Marina le gustaba. Había sido un barco pirata, pero lo habían ganado en una batalla y ahora era de la Guardia Real. Eso le gustaba menos. Siempre sintió cierta simpatía por los piratas. Algo sádicos, muy avariciosos...pero divertidos. Con sentido del humor, no como esos Guardianes de pacotilla. Algo dentro de él le dijo que Scarlett no sería una Guardiana para siempre, o al menos Kira no deseaba permitirlo.
Quizá debería pensar un poco más en ella y un poco menos en sí mismo. Dejar que tenga una vida pacífica y normal...con otra persona. Sin embargo, le gustaba sentirse algo egoísta. Era un juego. Lo que los dos tenían era un juego para dos, en el que se iban metiendo más jugadores, pero pasara lo que pasara, solo había dos jugadores principales. Se preguntó si Scarlett lo veía de la misma forma.

<<Estaba asustada de mí. Pero me tocó y me dijo que no soy un monstruo.>> ese pensamiento siempre lo reconfortaba.

No tenía dificultades para conseguir a ninguna mujer. Nunca. Puede que tuvieran novio, incluso que estuvieran prometidas o casadas, pero cuando Kira aparecía en escena, lo dejaban todo por él. Eso también era parte del juego. Y cuando las mujeres se volvían pesadas y empezaban a hablar de relaciones serias, se fugaba por la puerta de atrás.
Una ola chocó contra la embarcación.
Puede que no estuviera bien, pero era divertido.
La pelirroja, sin embargo, era demasiado tímida. Según el cálculo mental del híbrido, habría pasado de él unas diecisiete veces. Aunque cuando se marchaba, siempre volvía a por él. Cuando se enfadaba se ponía echa una fiera y luego, si la dejabas tranquila, volvía a ti como un cachorrito arrepentido. Eso también le divertía.

¡DuFrain! ¡Necesitamos un poco de viento!—gritó el capitán, con el timón entre sus manos.

El aire comenzó a variar su velocidad, aumentando. Mechones de pelo azabache golpearon los ojos del híbrido.

¿Suficiente?—preguntó una voz hosca.
¡Perfecto!

Julian DuFrain.
Elementar del Viento.

<<Único en su especie>> pensó con ironía.

Como leyendo sus pensamientos, Julian le lanzó una mirada asesina y se quedó inmóvil.
Puede que tuviera ganas de pelea. Perfecto. Kira estaba deseando pegar a alguien.
Pero escupió a la cubierta, causando gruñidos del grumete que estaba limpiando y siguió su camino de vuelta a los camarotes. Vaya, qué pena.

Una sombra en el agua atrajo su atención.
Se movía con delicadeza y apresurada. ¿Un pez? Demasiado grande. ¿Un tiburón? Podía ser.
En ese momento recordó a dónde se dirigían.

Capitán, ¿en qué mar nos encontramos?—le preguntó poniéndose alerta.
El mar Cantor. ¿Por qué?
No es nada.

Ren corría de un lado a otro y justo cuando él se giró chocaron. La anciana respiraba con dificultad.

¿Estás bien?—dijo Kira, arqueando una ceja.

La cocinera asintió varias veces, sin dejar muy claro nada.

Los años se van notando, jovencito.—dijo Ren con una sonrisa.

Soltó una risotada.

¿Cuántos años tienes?—le preguntó, cargando él con las cosas que llevaba. La señora lo agradeció con otra gran sonrisa y le dio varias palmaditas en la espalda un tanto nerviosa.

Nunca se le pregunta la edad a una dama.—contestó guiñándole un ojo, lo que hizo que Kira soltara otra carcajada.—Pero menos que tú, seguro.

La risa de Kira se cortó al instante.

¿Cómo...?
Me marcho con mi sobrina.

Iba a agarrarla por el brazo, pero se le escabulló con sorprendente facilidad.
Tardarían tres días en llegar a Costa Mezquina. Tres días navegando por el Mar Cantor. Y según contaban las leyendas, en esas aguas vivían todo tipo de criaturas infernales. Se lo dijo a Dáranir una hora más tarde. El líder de la Casa Gris le respondió con una sonrisa y una mirada en blanco.

Cuando ya era bien entrada la tarde, Mark se acercó a Julian y le comentó que había visto extrañas sombras en el agua.
Y al caer el atardecer, el híbrido recordó porqué el Mar Cantor tenía ese nombre.
Tenía que apresurarse y actuar deprisa.


Cogió todo el algodón que pudo y fue repartiéndolo hombre por hombre a toda la tripulación. La mayoría lo despreciaba y tiraban lo que les daba, a pesar del insistir de Kira. Cuando este les explicaba porqué debían hacerle caso, se reían en su cara o se ofendían indinados, preguntándole si los creía tontos.
<<¡Un poco, la verdad!>> les hubiera respondido de buena gana.
Pero puesto que tenían que mantener todo un barco a flote, no podía darse el lujo de perder la paciencia. Solo había conseguido que mitad de los marineros se pusieran el algodón.
Por último, fue a los Guardianes. Estaban todos menos María, pero eso no importaba, era una mujer. Su gran problema era el género masculino.

Tomad, poneos esto en los oídos.—les dijo repartiendo el algodón blanco y suave—Cuando anochezca vamos a tener un viaje movidito.

Julian hizo una mueca de desprecio y lo apartó de un manotazo.

¿Para qué es esta mierda?—gruñó.
Esta mierda es para salvarte la vida.—respondió Kira con una sonrisa cargada de sarcasmo.

Dáranir y Mark estaban perplejos y ninguno se había puesto el algodón.

¿Para qué es, Kira?—le preguntó Dáranir con cortesía.

Bueno, estaba tranquilo, algo era algo.

Está bien. Al parecer nadie quiere confiar ciegamente en mí.—suspiró con cierto teatro. El resto lo miraron algo molestos—Capto el mensaje visual. Mis queridos Guardianes, estamos en territorio de sirenas.